Me
gustaba el lugar en el que vivía sus grandes bosques verdes eran mi hogar, cada
mañana al levantarme caminaba por los prados junto con mis congéneres,
andábamos hasta que se ocultaba el sol y descansábamos junto a cualquier árbol que
encontrábamos tras nuestros pasos.
Pero
cada día que pasaba veía como la espesura de nuestros campos menguaba por
momentos. Ya no había tantos árboles donde cobijarse ni tanta hierba de que
alimentarse. Todos los días veía como unas ratas gigantescas de colas enormes y
de pelaje negruzco se iban apoderando de las plantas, del aire que
respirábamos, del agua de la que bebíamos; pero yo hacía caso omiso de lo que
pasaba a mi alrededor, como si no fuera conmigo seguía mi camino a pesar de que
cada vez me costaba más respirar y encontrar comida y saciar mi sed.
Con
el paso del tiempo la vida se hizo más difícil; a mi lado yacían individuos que
suplicaban ayuda en vano porque nadie les socorría, nadie se organizaba, nadie
hacia nada más que caminar hacia el abismo. Las enormes ratas crueles e insaciables
devoraban a los caídos y reservaban sus huesos con los que fabricaban enormes
palacios donde ellas vivían, donde almacenaban nuestro aire, nuestra agua,
nuestros árboles.
Los
bosques dejaron paso a los desiertos donde cada vez era más difícil encontrar
nada; un día sí y un día también las ratas me atacaban; primero se comieron un
brazo pero yo seguía caminando después el otro pero aún podía caminar; pero al
final llegó el momento que se abalanzaron sobre mis piernas y se las almorzaron y al suelo caí retorciéndome
de dolor y sin que nadie me viniera a ayudar.
Yo
había mirado a otro lado cuando eran otros los que padecían el sufrimiento
final, había dejado que me robaran poco a poco mi vida, la vida de todos
sumergido en la resignación, la desidia, la esclavitud. Nunca supe pensar por
mi mismo y ahora me veo abocado en la tragedia final viendo impotente como las
ratas se dan un festín conmigo y con los demás caídos. Es tarde porque muerto estoy para oponer
resistencia, para luchar contra el robo y por nuestro bien común, ahora veo que
las ratas no son más que cuatro y nosotros éramos cientos de miles pero nos
dejamos aniquilar cuando era factible todavía derribar los muros que nos oprimían
y no nos dejaban ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario