Calles
cortadas, paralizadas, sitiadas. No te atrevas a mirar, a gritar, a expresar tu
furia ante tanto despropósito. Eres extraño, foráneo a la celebración ¿pública?
Yo diría que impúdica, eres un lobo entre perros. Pero allí vienen los héroes,
los amantes futboleros, los santos y señas del dinero, los patriotas de su
cuenta corriente. Los gritos y las adulaciones folclóricas de la gran masa
gregaria de la nada ensordecen al silencio mientras levitan entronizados los
héroes del balón. Poses, risas, rebuznos imparten por doquier los ídolos de la
madre patria. La marea rojigualda avanza hacia el trono mayor de SM Don Juan
Carlos I de Borbón; el gran amante de los elefantes, los yates, los poderosos y
del dinero ajeno. Y allí están todos los medios de incomunicación grabando el
fasto, narrando el vacío. Desecho de virtudes, compendio de valores, ejemplos
de juventudes sanas, competitivas y radiantes. El balón es lo que tiene, de su
interior explotan todas las esencias patrias, todos unidos bajo una égida, un
símbolo, una nación inmortal en su destino. Poco importa el paro, la exclusión,
la esclavitud. Un país secuestrado, saqueado, mercantilizado. Qué más da si
estos dioses de la pelota son los referentes, el espejo donde uno se mira, el
orgullo patrio. Y cuando el Gran Circo Romano acabe llegará otra marea, esta
vez negra, la de los mineros, y aquí no hay ni Borbón que hable con ellos. Ni
Desesperanzas Aguirres, ni Marianicos Cortos ni Rubalcabas, ni gaviotas ni
capullos, ni nadie quien los reciba. Mujeres y Hombres que luchan por su
trabajo, su libertad, su futuro. Navegan en el mismo barco que nosotros. ¿Somos
zombis? ¿No lo vemos?. Pero el circo es mucho circo y los leones están hambrientos...
Banderas
rojas y amarillas al viento entronizando a los reyes del balón al abrigo de la Corona borbónica, la cúpula
de la gaviota, los cuerpos de seguridad (no fuera que alguien disintiera del
furor nacional), los medios de incomunicación y todos en la ciudad sitiada por
los españoles de bien, los de la razón, los de la rosa, aclamando a la necedad,
a la sinrazón, a la estupidez humana elevada a los altares mayores.
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