El
2018 amaneció como oscureció el finiquitado y letal 2017. Un año
que ha traído más precariedad laboral, esclavitud para muchos y la
nada que llevarse a fin de mes para otros. El gobierno del partido
corrupto y criminal del Estado anunciando que salimos de la crisis
gracias a la recuperación económica, es decir, a la buena salud
macroeconómica y a la mala salud y enfermedad crónica para el
conjunto de la sociedad currante. Comunismo invertido triunfante. Los
beneficios se reparten entre los poderosos y los demás a pagar y a
ser esquilmados como obedientes ovejitas. Más de trece millones de
españoles que mirarán su hambre, su oscuridad, su angustia con un
grito sordo de silencio por culpa de las políticas ultraliberales
del gobierno de esta nación y de sus taifas siempre al servicio de
sus amos los capitalistas. Los bienes públicos mercantilizados para
la euforia colectiva del empresariado corrupto en connivencia con los
poderes impúdicos y políticos de este país.
Y
aquí en tierras catalanas seguirá la matraca independentista; el
odio de muchos contra el odio de otros tantos; las subvenciones
identitarias de tantos contra el silencio de otros; seguirá el
negocio del procés que da muchos dividendos y muchos salarios a
tantos patriotas; una república capitalista virtual y de cartón
piedra del que unos pocos viven mientras otro millón largo
de catalanes malvive en la exclusión social. Un parlamento con las
dos fuerzas ganadoras de la derecha neoliberal. Pero ¿acaso existe
la izquierda en éste o en cualquier otro parlamento?.
“Los humanos
deberíamos proteger a los colectivos más pobres, viejos y débiles
de la sociedad para evitar que caigan en las garras de los
depredadores sin poder hacer frente al pago de sus hipotecas o a los
recibos de electricidad que calientan sus hogares en invierno. A los
que apenas sobreviven con sueldos tercermundistas en una sociedad con
precios del primer mundo. A los sin trabajo, a los que recogen comida
en los bancos solidarios de alimentos, a los que caen en la
indigencia y duermen en la calle. A los refugiados políticos que
huyen de la represión y de las guerras que azotan sus países, a los
emigrantes que buscan un futuro mejor para ellos y sus familias y
mueren ahogados en las playas del mismo mar Mediterráneo donde nos
bañamos en vacaciones. La solidaridad, ya sea entre clases sociales,
entre comunidades o entre países, está languideciendo. Se ha
perdido el glamour de ser solidario. Solo hace falta fijarse en la
distribución de la renta en nuestra sociedad, dominada por un
capitalismo cada vez más liberal y por nacionalismos excluyentes. La
radicalidad nos hace más débiles, como país, como sociedad y como
personas. Somos testigos de una guerra entre banderas, esteladas
contra nacionales, pero ninguna roja. La bandera roja aportaba años
atrás valores de solidaridad, internacionalismo proletario,
reivindicaciones sociales, honestidad. Esos valores se han diluido y
han sido arrasados, sustituidos por “los otros nos roban”, “somos
más inteligentes que ellos”, “nosotros somos demócratas, ellos
son fascistas”, como si la inteligencia o el ser demócrata
pudieran repartirse per cápita entre millones de personas de un
mismo bloque por igual. Las espadas siguen en alto, la lucha continúa
y así la sociedad no puede progresar. Aprendamos algo de los lobos.”
Luis
Campo Vidal.
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