El Lince Rojo

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lunes, 13 de mayo de 2019

El sadismo del torturador

Plaza de toros de Sevilla. Un matador de toros de apodo Morante de la Puebla mientras tortura de forma cruenta, salvaje y criminal a un toro durante más de media hora hace la gracieta final. Antes de ajusticiar al exhausto toro el esputo subhumano con traje de luces negras se saca un pañuelo blanco del bolsillo y en un acto de teatro repugnante hace ver que le seca las lágrimas. El animal mortificado chorrea sangre por los cuatro costados. Le han clavado lanzas, banderillas y, por último, un tipo de espada que teóricamente dará ya con la muerte definitiva de tan bello animal. El circo sádico que se monta en el toreo ya es en sí vomitivo, macabro, espeluznante. Que el criminal subvencionado se jacte del sufrimiento del mamífero ahonda más en su vileza y en la psicopatía de este salvaje. Y el problema no es sólo de esta nulidad mental, de este engendro de la naturaleza sino también de toda la turba que se concentró en la plaza del sadismo y de la tortura animal para aplaudir a rabiar hasta la náusea y el asco inhumano el acto de este no ser. Más que desprecio a toda esta gente y su matador y matadores lo que siento es una profunda tristeza por el toro asesinado y porque se permita semejante barbarie en este país entrado ya el siglo XXI. Un mamífero como nosotros, un animal de gran tamaño con un sistema nervioso complejo; que siente el dolor como cualquiera de nosotros y que esto sea la diversión de un grupo de personas por llamarlo de alguna manera escapa totalmente a mi entendimiento; es un atentado cruel y mortal a la moral, a la belleza, a la justicia en el sentido más amplio de la palabra. Que sea legal semejante horror es algo que jamás lograré a comprender. Si quieren sangre, si disfrutan con el apaleamiento, con morir en la agonía, con clavarse cuchillos hasta la extenuación y la muerte salvadora final; que se maten entre ellos hasta la extinción de esta lacra de capa y montera asesina.


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