La miseria avanza como un
huracán por este condenado país. Con un índice del 26,4% el más alto de los 27
países que forman la UE. Una
vergüenza, un disparate, un crimen. Un porcentaje, unos números, unos individuos,
unos dramas humanos de los que el poder obvia, esconde, camufla. Invisibilidad
de la desesperanza, de la angustia de un mañana sin presente, de un futuro sin
mañana.
¿Adónde vamos? Hacia un
genocidio social perpetrado por un sistema que saquea, divide, destruye a
millones de personas.
¿Y qué alternativa les
queda? El abandono, la exclusión; en muchos casos, el suicidio cuando creen que
ya no hay salida, cuando vence la soledad, la miseria, la desesperanza, la
culpa. La maquinaria se ha puesto en marcha para el acto final. El capitalismo
los ha matado, nos ha cegado, nos ha condenado, nos ha humillado.
¿Y qué hacer? Liberarnos del
miedo, de la culpa, de la resignación.
El odio, la rabia, la ira
hay que saber canalizarlas. Apuntar bien hacia los centros de tiranía,
corrupción, muerte. Disparar sin compasión hacia parlamentos, bancos, palacios.
Fuego a discreción, sin prisas pero sin pausas; para destruir todos estos
edificios que nos condenan en vida. Nos aniquilan como colectivo. Nos destruyen
como individuos.
Ante la perspectiva de la
destrucción generalizada. Rebelémonos. Encadenemos a los genocidas
privilegiados y luchemos por nuestra liberación. Que la barbarie no nos coja
bostezando y en la cama.
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